“Hölderlin war kein Narr” —Hölderlin no estaba loco—; así rezaba la pintada en trazos negros que durante años pudo leerse sobre la pared amarilla a la entrada de la célebre torre de Hölderlin, en Tubinga. En el bonito edificio semicircular rodeado de sauces, a la orilla del Neckar, el poeta pasó recluido la segunda mitad de su vida. La versión oficial dice que “perdió la razón” con 36 años; a partir de entonces se transformó en un anciano prematuro y, alejado de sus familiares, vivió de la caridad del ebanista Zimmer, un devoto lector del Hiperión, acaso el libro más hermoso de la literatura alemana. En la torre lo visitaban los escasos entusiastas que reconocieron su genialidad, y seguían confiando en ella. Hölderlin los agasajaba con pequeños poemas, simples, rotundos.
Biografía poética de Friedrich Hölderlin: El poeta loco de Tubinga
