Más que una buena casa en un mal barrio, lo que sugerían los datos era otra cosa. Chile se parecía a una de esas casonas antiguas de las novelas de Donoso, construcciones de cascarón severo hacia la calle, ligeramente imponente, que ocultaba dentro, en la medida en que se avanzaba por zaguanes y patios interiores, distintas áreas según el rango social. Una residencia que brindaba la calidad de vida de un país escandinavo para algunos, bajos ingresos y servicios caros, con cobros abusivos para muchos, y una sobrevivencia de país africano para los allegados de menor fortuna. Un mismo territorio fracturado por la desigualdad extrema en las condiciones de vida. Hay versiones de cuneta y premium del mismo país según el lugar en el que a cada quien le tocó nacer. El trato sanitario y policial es diferente e incluso la justicia cambia: amable para quienes habitan en la prosperidad y otra despiadada y severa con los menos favorecidos. Tener un arma de guerra ilegal es una mera anécdota si vienes del lugar indicado, en cambio, patear un torniquete es un crimen que merece cárcel si no te respalda el origen apropiado. ¿Qué más latinoamericano que eso?
Origen: Columna de Óscar Contardo: Latinoamericanos de tomo y lomo – La Tercera