La tortura duró más de 30 minutos. Ese fue el tiempo que Alva Campbell, de 69 años, pasó el miércoles atado a una camilla mientras dos enfermeros le palpaban el cuerpo en busca de una vena para aplicarle la inyección letal. Aunque hubo un momento en que parecían haberla encontrado e incluso uno chocó su mano con el condenado, finalmente se dieron por vencidos y la pena capital tuvo que ser abortada. Campbell, roto, volvió a su celda, y en la sala de ejecuciones de Lucasville (Ohio) quedó el vacío.