Desde la dictadura en los 80, varias generaciones crecieron bajo la idea de que la educación pública no solo era mala, sino vergonzante, algo que marcaba, una cicatriz en el cuerpo que señalaba un futuro. Tener en el currículum una escuela con número era ir por la vida con un pasaporte marcado. La excepción era un puñado de liceos de Santiago, que como las últimas joyas de una familia venida a menos, lograban figuración en la vitrina oficial de las listas de puntajes de una prueba que constata año a año que
Origen: Columna de Óscar Contardo: Educación, libertad y condenaContardo, admisión escolar, Rawls,