“Una Constitución o cualquier formulación de la democracia es establecer que todos los ciudadanos son libres e iguales, pertenezcan a donde pertenezcan. Y de ahí se dice que da lo mismo el género, la raza, etc. Es ciudadano no porque sea blanco o negro, católico, protestante, ateo o no sé qué, sino porque pertenece a un colectivo que es la ciudadanía dentro de un Estado de Derecho. Pero eso se olvida en favor de unas reivindicaciones identitarias en las cuales uno se encuentra dentro de un cierto grupo y obligadamente debe aceptar las peticiones de ese grupo. Y todo eso se defiende por unos razonamientos que, en vez de basarse en planteamientos más o menos racionales, se plantean en las fobias. Esa gente no discute con alguien, sino que simplemente, si tú les llevas la contraria, es que padeces una fobia: una fobia contra los animales, una fobia contra los homosexuales, una fobia contra las mujeres, contra los negros o contra los judíos o contra lo que sea. Apelar a las fobias es de alguna manera medicalizar la discusión. Un poco lo que hacía la Unión Soviética cuando había un disidente y lo metían en un manicomio”.