Efectivamente. Para mí, el proceso constituyente fue una derivación de la asonada sediciosa de octubre de 2019, que después decantó en el llamado “octubrismo”. Este término lo introdujo Brunner para referirse a “la revuelta antisistémica del 18-O y el significado político-cultural que tiene un levantamiento violento contra el Estado, las instituciones y lo establecido” (La Tercera, 17. 10. 21).
Lo crucial es que la violencia ha recrudecido a niveles nunca vistos durante la postdictadura, y que tanto el proceso constitucional como el gobierno de Boric han terminado siendo funcionales al avance de la anomia y el crimen organizado.
No obstante, tengo una tenue esperanza de que, si llega a ganar la opción Rechazo, la mezquindad organizada y las luchas intestinas por el poder sean depuestas, a fin de superar la barbarie que originó tanto la Constitución de 1980 como la propuesta de nueva Constitución. Tal vez, a través de otra Constitución, encargada a juristas del más alto nivel cultural y espiritual (y no meros tecnócratas), capaz de hacerse cargo de la cruenta realidad del país, con una visión de largo plazo y en vistas a la paz. De lo contrario, la escalada de la violencia y el crimen organizado no podrán ser combatidos. Y Chile tendrá que vivir y morir con la conciencia de ese hundimiento radical, si tiene fuerza y valor para ello, lo cual sigue siendo dudoso para mí.